
Desde hace ya bastantes años el cultivo del tomate al aire libre se ha convertido en una empresa quimérica, por lo menos en nuestra comarca de la costa granadina.

No hace tantos años el tomate, junto con el pimiento y la berenjena, era el producto estrella de las huertas de verano. Debido a la temperatura que gozamos por estas tierras, sus cosechas se prolongaban desde marzo hasta noviembre. Había quien sembraba tomates tempranos y tardíos y podían cosechar frutos desde mayo hasta el mes de enero. Algunas variedades como los "tomates negritos", que son autóctonos, se sembraban en septiembre en las zonas más abrigadas y bien orientadas hacia el sur y en pleno invierno se consumían suponiendo uno de los placeres más exquisitos para los sentidos.


Más tarde, y como no teníamos bastante, vino la famosa "tuta" (más bien habría que decir la hija de tuta) que picaba los pocos frutos que medio se podían criar y pocos se salvaban de su picadura. Con tal panorama eran pocos los que se animaban a cultivar esta sabrosa solanácea que tantos placeres nos habían dado en el pasado.


Y claro, no podía salir todo bien. En principio, la matas de tomates están sin apenas síntomas de padecer alguna enfermedad (al contrario, tienen mucha salud y un desarrollo extraordinario), pero el problema lo estoy teniendo con las flores.
Las flores comienzan a secarse por el nudillo y terminan cayéndose. Les está afectado a todas las variedades: abarquillaos, morados, corazón de toro, etc. En los últimos que sembré, que fueron los de pera, ya tienen su primera flor y no he observado todavía este fenómeno, pero en el resto de las variedades en todas.

Las perspectivas de mejorar son pesimistas, ya que algunas plantas están por la cuarta flor y no han cuajado ningún fruto. Otras sí que han podido sacar adelante alguno, pero muy pocos.