
Fue mi amigo Silvio el que tras visitar a su nieto Benicio por los tucumanes argentinos quien me trajo las semillas de tan extraordinaria calabacita.


De aquellas pocas semillas venidas del hemisferio Sur produjimos extraordinarios zapallitos, del tamaño de un pelota de balonmano aplastada, aptos para obtener multitud de semillas que nos han servido para sembrar la cosecha del presente año.


Y consumirse, pues igual que los calabacines o las berenjenas: puede ser frito, a la plancha, relleno y al horno, en pisto, etc. Lo que si se aprecia es un sabor muy sutil, suave, un tanto dulzón, pero que te deja un cuerpo extraordinario (claro, hay que combinarlo con una buena cervecita o un vinito blanco o rosado bien fresquito).

Su cultivo es sumamente sencillo. Una vez surcado el terreno, sobre un lateral se abre un pequeño hoyo (también puede ser en plano) y en el fondo le echo un "puñao" de estiércol, añado una capa encima de mantillo y sobre ésta deposito tres semillas de zapallito (suelen brotar todas, pero como tengo muchas prefiero asegurarme para no tener que reponer). Por estas fechas como la tierra está muy seca suelo llenar el hoyo con agua para crear humedad en el fondo.

Es una planta que ocupa una gran superficie, con lo que yo la siembro en un marco de plantación superior al metro.
Cuando tienen 4-5 hojas suelo dejar la planta más fuerte y vigorosa, el resto las corto con la tijera o las pinzo con la mano, pero nunca se ha de tirar de ella para evitar dañar las raíces de la planta definitiva.
Su desarrollo es espectacular, las ves crecer todos los días y en un
mes ya están produciendo. A los frutos le ocurre exactamente igual que a las plantas, un día los ves como canicas y al día siguiente tienes ya que recolectarlos.
En nuestro clima tan húmedo suele padecer oidio (ceniza), pero responde muy bien al cobre con lo que no suele dar demasiados problemas.