Poco a poco vamos consumiendo los productos de la huerta, al tiempo que reponemos los de la siguiente hornada.
Hoy he gozado cogiendo los frutos que nos da la tierra. Me imaginaba las sensaciones que pudiera experimentar un Javisapiens del Paleolítico Superior al recolectar las lechugatis bombitensis, suaves como la crema que crecen a la sombra de los grandes árboles; las escaroletas rizadichas ásperas pero sabrosas de las umbrías húmedas y frías del barranco y las hojas de apius amargosus en los remanos de la veguetae sexitana. Después, con gran sigilo, acechar a las gallinetas lagunares del Barrancus de Itrabus, para robarles sus preciados huevos que tanto gustan a los más pequeños del clan; o de sacar lentamente de la tierra los puerrus lanceoladus y las cebolletaes alitocensis, como el que extrae un tesoro de marfil bajo sus pies. Llegar todo orgulloso a tu abrigo, bajo las rocas que dominan el mar inmenso de la lejanía incierta y abrir, sobre la piedra de tu hogar, el petate de piel con todo lo recolectado esa jornada. Tu mujer te miraría sonriente y cómplice por la buena remensa de vituallas aportadas a la horda, mientras que tu prole, exultante y altanera, saltarían sobre ti, te abrazarían y se te subirían a los hombros y al cuello, sintiéndose los seres más afortunados de la Tierra conocida en los confines de la civilización prehistórica.
¡Qué placer, el de los sabores ancestrales!
Hola Javisapiens, tú si le sacas partido a un plato de hierbas. ¡Vaya prosa!. Como sigas así, ni Antonio Gala. Muchas gracias "cuñao", por hacernos disfrutar de tus lecturas, pero eso de "Tu mujer te mirará..."
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